Desde finales de junio de 2014 los precios del petróleo han experimentado una baja de más del 40%, lo que ha afectado el equilibrio del mercado y las relaciones entre los países productores y consumidores de energía. Y esta situación fue provocada en gran medida por el aumento de la producción de gas y petróleo de esquisto en Estados Unidos.
Desde inicios de los años 2000, Estados Unidos inició una revolución silenciosa, en especial en Texas y Dakota del Norte, donde se desarrolla la técnica de la fracturación hidráulica o fracking. Los dos estados están creciendo a tasas de países emergentes y reducen sus cifras de desempleo. Éste es uno de los factores que más contribuye a que el país del norte lleve la delantera respecto a Europa en la salida de la crisis, y que haya crecido un 5% en el tercer trimestre de 2014.
Pero, ¿en qué consiste la técnica que ha cambiado el panorama mundial de la actividad petrolera?
Este método consiste, básicamente, en explotar el gas acumulado en los poros y fisuras de rocas sedimentarias, generalmente pizarras o margas, y cuya poca permeabilidad impide el movimiento del gas a zonas de más fácil extracción.
En este proceso se debe perforar hasta alcanzar la roca de esquisto y luego inyectar a presión grandes volúmenes de agua y aditivos químicos para lograr fracturar la roca y liberar el metano (vea el gráfico). El proceso implementado para la extracción ha variado; recientemente el avance de la tecnología y la perforación horizontal ha permitido que se expanda su uso, especialmente en Estados Unidos que, según la Agencia Internacional de Energía, posiblemente conseguirá la autosuficiencia energética para el año 2035.
La técnica data de la década de 1950 y primero fue expuesta en Europa, pero dio pasos grandes en Estados Unidos. Se habla de que ese país ya está a punto de superar a Rusia (el 95% de las exportaciones de Rusia es materia prima y de ellas el 70% son gas y petróleo) como mayor productor mundial de gas natural.
Las nuevas tecnologías y el descubrimiento de nuevos yacimientos anuncian que para 2020 Estados Unidos será un exportador neto de petróleo y gas y, más aún, algunos analistas auguran que ya en 2017 podría superar a Arabia Saudita como primer productor mundial de petróleo.
Sin embargo, mucho se habla de los riesgos medioambientales que provoca el fracking, no sólo para los países rentistas, sino para el conjunto de un sistema que responde a un difícil e inestable equilibrio.
Hay expertos que afirman que la explotación del gas de esquisto contribuye a la aceleración del cambio climático debido a las emisiones de gas metano que se producen por ineficiencias en la extracción, procesamiento, almacenamiento, traslado y distribución, puesto que el metano es un gas que presenta un efecto invernadero 21 veces más potente que el dióxido de carbono (CO2).
De hecho, dentro de Estados Unidos hay estados como Nueva York, donde la polémica técnica seguirá prohibida por motivos de salud pública y medioambientales. Los sondeos de opinión al respecto han mostrado a una ciudadanía dividida. Un trabajo realizado por la Universidad Quinnipiac en 2014 constató una oposición del 48% hacia la fracturación hidráulica frente a un 43% de apoyos.
Por otra parte, por el fuerte desplome del precio internacional del petróleo, el costoso fracking amenaza con formar una nueva burbuja financiera.
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