Bogotá ha podido mantener las tasas de interés aunque Rusia y Brasil las han aumentado de forma agresiva para combatir la inflación.
Hay una regla simple que cumplir cuando se siguen los mercados emergentes: cuando se desploman los precios de los productos básicos, hay que observar las tasas de cambio. En general las monedas de los mercados emergentes han reaccionado mucho más rápida y vigorosamente a los mercados mundiales de productos básicos que lo que han reaccionado los rendimientos de bonos de los mercados emergentes u otros precios de activos.
Pero ir más allá y considerar las tasas de cambio como indicador de la fragilidad de los mercados emergentes, sobre todo en exportadores netos de materias primas, sería engañoso.
Para un mercado emergente que vende productos básicos denominados en dólares, una disminución de la tasa de cambio preserva el valor de los ingresos en moneda local y amortigua el impacto en la cuenta corriente. Pero el beneficio de una moneda flexible depende de si las expectativas de inflación están bien ancladas y de si los inversionistas tienen confianza en el marco político.
La reacción interna a depreciaciones inducidas por los productos básicos a menudo es más instructiva que simplemente observar como se mueve la tasa de cambio. Por ejemplo, cuando cayeron los precios del petróleo el año pasado y el rublo ruso colapsó, no fue sólo la caída de la moneda lo que expuso la debilidad del marco político de ese país. El banco central sintió la necesidad de elevar las tasas agresivamente como reacción, y de esa manera contribuyó a empujar la economía hacia la recesión.
La tendencia de Rusia a la alta inflación, su inflexible economía dependiente de un solo producto y la incertidumbre política exacerbada por su desventura en Ucrania implicaban que no podría absorber una caída de la tasa de cambio nominal de forma segura y productiva.
Un buen estudio de caso contrastante es otro productor de petróleo: Colombia. Después de haber sido durante décadas el modelo de país latinoamericano propenso a la inflación y con la complicación añadida de una sangrienta guerra de guerrillas, Colombia ha tenido recientemente una excepcional década de crecimiento y estabilidad. A diferencia de la vecina Venezuela, por ejemplo, ha construido un mecanismo de formulación de políticas que la ha hecho más resistente a las crisis de los productos básicos.
Bajo el mandato de presidentes sucesivos, Colombia elaboró un marco que tenía como objetivo lograr el balance fiscal estructural, instituyó metas de inflación y alcanzó un crecimiento relativamente amplio. El visto bueno de aprobación se produjo cuando en 2009 se convirtió en uno de los primeros países a los que el FMI les otorgó una nueva "línea de crédito flexible", diseñada para proteger a las economías bien administradas de los impactos externos incontrolables.
Durante el último año, la exposición de la economía al precio del petróleo (el cual representa más del 50 por ciento de las exportaciones) ha provocado que el peso colombiano sea una de las monedas de intercambio libre más débiles del mundo, rivalizando con el rublo y el real brasileño al caer un 36 por ciento en los últimos 12 meses. Como la mayoría de las monedas de los mercados emergentes, sufrió otro impacto con la devaluación del yuan de China la semana pasada.
La rápida depreciación y las caídas de los precios del petróleo denominados en dólares significan que, en los últimos meses, los ingresos provenientes del petróleo que ha recibido Colombia en moneda nacional han disminuido relativamente poco, incluso en comparación con otras economías petroleras. Economistas de Barclays calculan que el precio del petróleo en pesos colombianos cayó sólo un 1,3 por ciento desde principios de mayo hasta finales de julio, en comparación con las caídas del 6,2 por ciento en términos del rublo ruso y del 14,4 por ciento en términos del naira nigeriano.
Pero a diferencia de Rusia, las autoridades colombianas no se han visto obligadas a empujar el país aún más hacia la recesión para hacer frente a la inflación y la pérdida de confianza. En una semana en diciembre pasado, el banco central de Rusia elevó las tasas en 750 puntos básicos hasta el 17 por ciento en un momento de pánico, y las tasas aún son 300 puntos básicos más altas que las del mismo período del año pasado. Los tipos básicos de Brasil son 325 puntos básicos más altos que hace un año. Pero el banco central de Colombia ha dejado la política monetaria en espera desde agosto pasado.
La inflación de precios al consumo de Colombia ha aumentado recientemente al 4,5 por ciento, justo por encima de la banda objetivo del 2 al 4 por ciento del banco central, pero las expectativas de inflación se han mantenido bien ancladas, sobre todo porque sólo una cuarta parte del índice de precios al consumo no alimenticio se encuentra en bienes transables. Cualquier próxima subida de las tasas de interés colombianas probablemente será modesta.
En su reciente consulta anual del Artículo IV de Colombia, el FMI pronostica que la economía se expandirá un 3,4 por ciento este año, por debajo del 4,6 por ciento del año pasado, pero mucho mejor que las recesiones previstas en Rusia y Brasil, y que la inflación podría caer nuevamente entre los límites del objetivo. Para Colombia, la caída del precio del petróleo es un reto manejable a mediano plazo, no una gran crisis a corto plazo.
No es extraño que los exportadores de productos básicos con tipos de cambio flotantes sufran depreciaciones frente a las fluctuaciones de la relación de intercambio. Pero para los inversionistas que intentan evaluar el valor a largo plazo en una economía, y mucho menos para los políticos que intentan ofrecer estabilidad y crecimiento sostenido, tomar estos movimientos como un signo de debilidad económica sería un error. El rublo ruso y el peso colombiano tal vez vayan por el mismo camino, pero no así sus respectivas economías.
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