lunes, 1 de agosto de 2016

Caraparí, la ciudad que deja el “huracán” del gas



Encontrar un par de chanchos tirados en el piso, durmiendo a una cuadra y media de la plaza principal no es algo que pase en todas las ciudades, pero sí se puede ver aquello en el municipio de Caraparí, lugar que fue considerado la capital del gas de Bolivia, gracias a su megacampo San Alberto que hoy está en declive. Sus habitantes dicen que el boom gasífero pasó como un “huracán”, dejando vestigios de una modernidad pasajera.

Aldo Fernández Sandoval, bordea los 60 años, es un reconocido maestro de primaria que en la actualidad dirige la unidad educativa 3 de Mayo de ese municipio. Oriundo de la comunidad de Último Campo, de la segunda sección del Gran Chaco, es conocedor de la historia, cultura y geografía de aquella región. De esta manera, afirma que tras “el boom del gas” el municipio de “a poco retrocede en el tiempo”.
Cuenta que antes de los años 80 en Caraparí habitaban 30 familias, todas conocidas y amigas entre sí. Los Fernández, los Pacheco, los Molina, los Casal, los Ramallo, los Cuellar, los Tárraga, los Indaráz, los Nieto, los Díaz, entre otras. Éstas eran las que compartían las tierras cálidas de esa región.
Relata que la cercanía y la amistad era tal que la “minga” o la “tornavuelta” era común entre ellos. “Si yo tenía una cosecha de maíz de dos hectáreas, por ejemplo, y usted era mi vecino, allá estaba mi compadre, más allá otro vecino, les invitaba y les decía: ‘compadres, vecinos, el día sábado tengo una minguita, me visitan por favor’. Más que una obligación, era una necesidad de intercambio de trabajo y de apoyo. Asistían todos”, detalla Aldo, recordando tiempos pasados.
Agrega que para esta actividad, el que convocaba debía faenar una de las vaquillas más gordas y preparar el agua ardiente o guarapo, ya que éstas eran las bebidas espirituosas que se tomaban en ese entonces. En otras palabras, debía organizar una gran fiesta a la que asistían además de los trabajadores y hombres que apoyaron en la minga, las mujeres y las familias.
La celebración comenzaba luego de la jornada laboral y por lo general se extendía por dos días o el tiempo en que se terminaba de comer la vaquilla.
La fiesta era también un lugar de encuentro para la juventud, debido a que ahí se reunían los hijos e hijas de las familias vecinas y amigas, por lo que después de nueve meses “ya habían wawas para marcar”.
La “tornavuelta”, en cambio, era algo más pequeño y humilde, pues consistía en el apoyo de mano de obra para un trabajo, que era después cobrado con similar labor, pero de parte de quien pidió la ayuda primero.

El boom del gas
en el pueblo
En la década de los 90, con el auge del megacampo, las cosas comenzaron a cambiar y en un par de años, de las 1.000 personas que habitaban el municipio pasaron rápidamente a ser 10.000 y con esto, el dinero, los lujos y la ambición comenzaron a tener más importancia.
“Cuando comienza la exploración gasífera, Caraparí empieza a sentir un cambio. Aparece bastante gente extraña, forastera y cuando digo esto no me refiero a que vinieron del interior del país, sino que vinieron del exterior, porque lamentablemente en todo lo que ha sido la exploración, perforación y parte de la explotación, quienes se llenaron de dinero en cuanto a contratos de trabajo fueron ellos. Los extranjeros”, cuenta Aldo.
Dice por ejemplo que si se requería un buen soldador para los trabajos petroleros, Caraparí no podía ofrecer ese personal, ya que sólo contaba con vaqueros, domadores, cantores y agricultores. Por esto, la presencia de foráneos era prácticamente obligatoria.
“Ese dinero ha sido un tanto la perdición de los valores en Caraparí, porque con el dinero se compraban mujeres, pero también hombres, entonces comenzó lo que nunca se veía. Se multiplicaron los divorcios, comenzaron los abandonos de los hijos, comenzó el nacimiento de la ambición en el espíritu de los jóvenes y de algunos adultos. Todo por el dinero”, relata Aldo con tristeza evidente.
Según recuerda el profesor, antes del boom del gas, todos los matrimonios eran estables, no se sabía lo que era el divorcio, ni los engaños, porque se educaba a los hijos e hijas para estar en comunión con su pareja de por vida. Sin embargo, asegura que esto fue sólo hasta que comenzaron a llegar a Caraparí los automóviles último modelo, motocicletas y toda la tecnología que impactó a la juventud.
“Habían cosas impresionantes, desde comerciantes flotantes que venían al día, hasta los famosos prostíbulos. Algo novedoso para nosotros porque nadie sabía aquí que había el comercio de mujeres”, revela.
Añade que estas novedades trajeron consigo más consecuencias, ya que como el objetivo para todos era ahora conseguir dinero a cualquier costo, las costumbres y formas de vida comenzaron a cambiar.
La gran afluencia de extranjeros, todos con dinero, hizo despertar una necesidad que antes no existía. Hacía falta mobiliario para cobijar a todos los visitantes y trabajadores, por lo que los lugareños conseguían dinero de donde sea para hacer construir cuartos o remodelar sus casas para alquilar.
De un momento a otro, se remodelaron y construyeron casas enteras con el único fin de se ser alquiladas a los trabajadores petroleros. La demanda era tal que el costo de alquiler mínimo de un cuarto pequeño de 3x4 era de 100 dólares. Luego, si el cuarto requerido debía tener entrada de garaje, playa de estacionamiento y baño privado, el costo era mucho mayor.
“Los que podían se hacían construcciones nuevas para alquilar, vendieron su alma al diablo, se prestaron de donde podían y construyeron provisoriamente. Afuera, era todo sin revoque pero adentro estaba bonito, con cerámica, hasta con aire acondicionado”, explica Aldo y de inmediato agrega que el alquiler de una casa con 3 a 4 habitaciones estaba por encima de los 5 mil bolivianos, debido a que tenía garaje y mucho espacio.
Esto sucedía mientras el dueño de la casa, se quedaba en la esquina o de repente se iba al campo a apegarse a un compadre, viviendo en carpitas. “Esto ocurrió por mucho tiempo”, recuerda el profesor.

El giro al pasado
Desde hace un par de años la situación en Caraparí comenzó a cambiar, el movimiento por el campo gasífero bajó considerablemente y con esto, la cantidad de personas que habitan hoy ese municipio. Aldo se anima a decir que si antes existía una demanda de 2.000 habitaciones, hoy ésta bajó a la mitad.
Dicha situación también se evidencia en los comercios vacíos, las calles desoladas y las sillas sin comensales de los restaurantes. Ahora el costo de alquiler de las habitaciones es mucho más razonable, pues los cuartos que un tiempo estuvieron a 1.000 bolivianos al mes, hoy están a un promedio de 400 bolivianos.
De acuerdo a Ana, quien aún vive de los alquileres, los que mantienen vigente el negocio de alquiler son los trabajadores del sector público y privado, que llegan cada inicio de semana a su fuente laboral, ya que aún existen grandes obras y proyectos que requieren personal.
Sin embargo, las calles y los rostros de los lugareños, reflejan nostalgia de lo vivido y la tristeza de haber visto pasar el desarrollo como un ventarrón. Hoy, si bien quedaron algunos vestigios de la modernidad, éstos no fueron suficientes para mejorar la economía de la gente de a pie que habita Caraparí.

El ocaso de San Alberto

El megacampo San Alberto, ubicado en Caraparí, fue considerado como el yacimiento que volvió a poner a Bolivia en el mapa de la industria petrolera en la década de los años 90. Ahora, su producción declina.
San Alberto fue el escenario del anuncio de la Nacionalización del Gobierno, en 2006. Su aporte en la producción del país significó el 31% pero en la actualidad sólo es del 13%; es decir que produce seis millones de metros cúbicos día (MMmcd).
Expertos en hidrocarburos coincidieron en calcular que la producción del megacampo durará máximo seis años y afirman que sufrirá un descenso gradual hasta 2022. Es indiscutible que los efectos ya se sienten.
El investigador Raúl Velásquez, de la Fundación Jubileo, señaló que hace 10 años, en 2006, la producción en promedio era de 12 MMmcd de gas natural, volumen que representaba el 30% del total producido en Bolivia.
“Hoy no llega ni a la mitad, hecho que refleja la sobreexplotación a la que fue sometido. El panorama hacia delante es delicado si no se adoptan medidas urgentes”, evaluó.
En criterio de Velásquez, es urgente elaborar una nueva ley de hidrocarburos, gestionar nuevos mercados, invertir en el sistema de transporte hacia el occidente, institucionalizar YPFB y debatir el régimen fiscal, además del uso y destino de la renta petrolera.

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